[KrisYeol] Raicitas Limpias

Raicitas Limpias

De entre las sábanas, crecen como raíces largas de un árbol oculto entre la tierra y se retuercen, aparentemente delgadas pero gruesas que en su baile perezoso descubren en su origen una cadera afilada y un culo que peca casi de inexistente, desfachatadamente, desvergonzadamente, bajo la luz perezosa que no cruza la habitación sino hasta la mitad y que la resolana tiene a duras penas alumbrada.

Las raíces, largas como la vida de su árbol, se arrastran sobre la cama hasta el cuerpo junto a ellas y una de sus puntas juguetonamente trepa otro tronco, como quien sabe que se mete donde no debe, engurruñándose y estirándose como un gusanito, por otro culo y otra espalda, palpando con piel sensible pero torpe, cada vértebra saltona, cada lunar y rasguño hecho a media luz la tarde anterior, después de la lucha sobre el colchón y antes de la ducha y los hot cakes nocturnos.

Chanyeol se cubre el rostro con la piel y por entre el pliego pálido donde su antebrazo se convierte en brazo, husmea a la cara que parece no prestarle atención a las uñas que van cerca de su hombro y que bajan por su hombro hasta el tatuaje grisáceo que no ha visto una aguja en mucho tiempo, que amenaza con volverse más y más feo y que le encanta.

Con el dedo medio, estirando el resto curiosamente, intenta delinearlo, pero por falta de motricidad fina, termina tirando algunas pinceladas torpes fuera del lienzo que se gira y de pronto es un pecho inclinado hacia él y que se acerca un poquito. Wu Fan no está despierto. O tal vez sí, es difícil saberlo porque, aunque abiertos, sus ojos están un poquito muertos y sus párpados lentos.

Perezosamente, pero con decisión, la piel delgada y uñas necias que acariciaban su brazo hacen nido sobre su ombligo que reacciona contrayéndose y que hacen reír al dueño que no intenta detener el camino que trazan hacia arriba, hacia el lunar encima de donde sus clavículas hace un cuenco en el que cabe exactamente un beso, exactamente un dedo gordito, donde resuena la risa que más cosquillas se adjudican.

Las manos largas, enormes la acarician una rodilla chueca y un muslo tan blanco, que se pueden ver las verdes veredas de sangre debajo de su piel, enrojecida con el azoro de la mañana y la desnudez.

La sangre que abandona con rapidez sus extremidades y las enfría, le borra la cordura, cordura que es de por sí famosa por ser cuestionable y con una risotada, su pie largo como ningún otro y flaco como nadie dudaría, se hace camino por el cuello ligeramente más oscuro y cuando toca la mejilla de quien le hace una mueca de desagrado que nada tiene que ver con sus manos hundidas en el hueco detrás de las flacas rodillas oblicuas del más pequeño, apenas más pequeño, se gana un manotazo en el empeine.

Sus pobres raicitas.

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“No hagas eso, qué asco.”

“¿Qué?”

“¡Cómo que qué!”

“¡HUÉLELO, ESTÁ MÁS LIMPIO QUE TU CARA!”

“¡QUE QUITES TU PIE DE MI CARA!”